Hot Spots | Published on...03/25/21
¿Qué tal arrancar el día con un café ahumado, con aromas a pino y respirando aire fresco? ¡La experiencia en medio del bosque que no te puedes perder!
Words by... Gisela García Bernardino
Nos lanzamos al bosque a vivir y a degustar una experiencia en CUBO, un espacio en medio del bosque ubicado en Jilotzingo, Estado de México. Este territorio fue alguna vez asentamiento de la cultura otomí. Un proyecto de los chefs Diego Niño y Roberto Lingard. Como el mismo Roberto lo llama, un proyecto gastro-endémico. Para los chefs fundadores, CUBO se trata de compartir, conectar y de proteger a la naturaleza.
Desde que bajas de tu auto el olor a bosque es delicioso. Al llegar ves en medio del paisaje verde, un cubo naranja y el fuego listo. Ahí nos recibieron con café, frutas y entradas de temporada.
Antes de partir al recorrido por el bosque para recolectar algunos productos, Roberto como anfitrión encabeza un ritual de fuego como símbolo de admiración a la cultura Otomí. Cada invitado debe lanzar al fuego en donde se cocinarán los alimentos, un trozo de leña cargado de buenos deseos. Y ahora sí, a conectar con el bosque y a recolectar perifollo y tréboles que serán parte de lo que se va a degustar.
Ya de regreso y con hambre, nos esperaban con bebidas y un menú de cinco tiempos en donde los chefs cocinan los productos locales que este maravilloso bosque nos brinda. Cada tiempo está casado con un cóctel pensado y creado para resaltar los sabores y los aromas de cada uno de los platillos. En esta ocasión, el chef residente Carlos Tellez y la chef invitada Alexander Suastegui, nos deleitaron con:
Una entrada fresca con toques ahumados, ya que los jitomates se cocieron a fuego lento. El crostini con queso y vegetales estaba muy bien equilibrado con la acidez del jitomate.
Fue el segundo tiempo. Los betabeles rostizados en conjunto con el jocoque dio como resultado un color rosa mexicano al platillo. Una ensalada divertida, con mucho color y muchas texturas en boca.
Un taco que te hace viajar a la cocina de mar, pero en la profundidad de un bosque. Las tortillas estaban calentadas directamente en la parrilla, envueltas por el humo de la leña que aporta muchísimo sabor. Los mejillones rebozados acompañados de col morada, pico de gallo y rebanadas de aguacate.
Llegó el plato fuerte. Cachete de res cocinado durante toda la noche. Me contaban los chefs que llegaron un día antes a preparar y cuidar la cocción de este platillo que se cocinó envuelto en hoja de plátano y con la técnica de Pib, palabra que significa “bajo tierra”. Sigo saboreando y recordando como la carne se deshacía en mi boca. Y claro, lo acompañaba su consomé cargado de todo el sabor de la carne y especias.
Para cerrar con broche de oro, un helado de limón para limpiar el paladar y dejarnos un toque de frescura al término de la comilona. El helado estaba dentro de un limón natural de la zona y decorado con ramitas de pino de la localidad.
La mixología estuvo cargada de aromas y sabores cítricos, con muchos toques especiados y amaderados como canela, romero y clavo. Cada trago diseñado específicamente para casar perfecto con cada platillo.
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